Guillermo Navalón es un paleontólogo que estudia fósiles del Mesozoico. En el yacimiento de Las Hoyas, en Cuenca, se han encontrado restos de las primeras aves que existieron, correspondientes a este periodo. Para saber cómo encajaban esos pájaros en el ecosistema primitivo, y así entender la relación entre las aves modernas y los dinosaurios, él y sus compañeros deben averiguar primero qué comían. Hay pocas pistas, pero, en un principio, pensaron que la forma del pico podría ser una de las mejores.
Su plan se basaba en “una idea que se ha tenido desde Darwin”, según Navalón: que los picos de las aves están exactamente adaptados a cada modo de alimentación, gracias a la selección natural. “Ese axioma está flotando en el imaginario colectivo de los paleontólogos, y nosotros nos lo tragamos completamente. Estábamos convencidos de que podíamos desarrollar una herramienta para inferir la ecología de cada ave por la forma de su pico”, relata. Se equivocaron.
No es que Charles Darwin no tuviera razón. Los pinzones que el padre de la evolución observó en las islas Galápagos sí tienen picos optimizados para su forma de alimentación. Por ejemplo, los pajarillos con los picos más gruesos comen semillas o escarabajos difíciles de cascar. En investigaciones posteriores, los biólogos de la Universidad de Princeton Rosemary y Peter Grant han demostrado que, para esas aves tan especializadas, incluso una desviación de un milímetro de la longitud o profundidad óptimas del pico puede llevar a la muerte por inanición durante los meses de escasez
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